Morada al Sur
Aurelio Arturo
I
En las noches mestizas que subían de la hierba,
jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes,
estremecían la tierra con su casco de bronce.
Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro.
Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo.
La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles.
(Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas,
sepultadas dentro de árboles gemían aún en la espesura).
Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos.
Una vaca sola, llena de grandes manchas,
revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga,
es como el pájaro toche en la rama, "llamita",
{"manzana de miel".
El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla.
Pero ya en la represa, salta la bella fuerza,
con majestad de vacada que rebasa los pastales.
Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.
El viento viene, viene vestido de follajes,
y se detiene y duda ante las puertas grandes,
abiertas a las salas, a los patios, las trojes.
Y se duerme en el viejo portal donde el silencio
es un maduro gajo de fragantes nostalgias.
Al mediodía la luz fluye de esa naranja,
en el centro del patio que barrieron los criados.
(El más viejo de ellos en el suelo sentado,
su sueño mosca zumbante sobre su frente lenta).
No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño
se enredaba a la pulpa de mis encantamientos.
Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo,
al sur el curvo viento trae franjas de aroma.
(Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos
de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos).
II
Y aquí principia, en este torso de árbol,
en este umbral pulido por tantos pasos muertos,
la casa grande entre sus frescos ramos.
En sus rincones ángeles de sombra y de secreto.
En esas cámaras yo vi la faz de la luz pura.
Pero cuando las sombras las poblaban de musgos,
allí, mimosa y cauta, ponía entre mis manos,
sus lunas más hermosas la noche de las fábulas.
* * *
Entre años, entre árboles, circuída
por un vuelo de pájaros, guirnalda cuidadosa,
casa grande, blanco muro, piedra y ricas maderas,
a la orilla de este verde tumbo, de este oleaje poderoso.
En el umbral de roble demoraba,
hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,
el alto grupo de hombres entre sombras oblicuas,
demoraba entre el humo lento alumbrado de
{remembranzas:
Oh voces manchadas del tenaz paisaje, llenas
del ruido de tan hermosos caballos que galopan bajo
{asombrosas ramas.
Yo subí a las montañas, también hechas de sueños,
yo ascendí, yo subí a las montañas donde un grito
persiste entre las alas de palomas salvajes.
* * *
Te hablo de días circuídos por los más finos árboles:
te hablo de las vastas noches alumbradas
por una estrella de menta que enciende toda sangre:
te hablo de la sangre que canta como una gota solitaria
que cae eternamente en la sombra, encendida:
te hablo de un bosque extasiado que existe
sólo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa
violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas.
Te hablo también: entre maderas, entre resinas,
entre millares de hojas inquietas, de una sola
hoja:
pequeña mancha verde, de lozanía, de gracia,
hoja sola en que vibran los vientos que corrieron
por los bellos países donde el verde es de todos los colores,
los vientos que cantaron por los países de Colombia.
Te hablo de noches dulces, junto a los manantiales,
{junto a cielos,
que tiemblan temerosos entre alas azules:
te hablo de una voz que me es brisa constante,
en mi canción moviendo toda palabra mía,
como ese aliento que toda hoja mueve en el sur,
{tan dulcemente,
toda hoja, noche y día, suavemente en el sur.
III
En el umbral de roble demoraba,
hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,
un viento ya sin fuerza, un viento remansado
que repetía una yerba antigua, hasta el cansancio.
Y yo volvía, volvía por los largos recintos
que tardara quince años en recorrer, volvía.
Y hacia la mitad de mi canto me detuve temblando,
temblando temeroso, con un pie en una cámara
hechizada, y el otro a la orilla del valle
donde hierve la noche estrellada, la noche
que arde vorazmente en una llama tácita.
Y a la mitad del camino de mi canto temblando
me detuve, y no tiembla entre sus alas rotas,
con tanta angustia un ave que agoniza, cual pudo,
mi corazón luchando entre cielos voraces.
IV
Duerme ahora en la cámara de la lanza rota en las
{batallas.
Manos de cera vuelan sobre tu frente donde murmuran
las abejas doradas de la fiebre, duerme, duerme.
El río sube por los arbustos, por las lianas, se acerca,
y su voz es tan vasta y su voz es tan llena.
Y le dices, le dices: ¿Eres mi padre? Llenas el mundo
de tu aliento saludable, llenas la atmósfera.
Yo soy tan sólo el río de los mantos suntuosos.
Duerme quince años fulgentes, la noche ya ha cosido
suavemente tus párpados, como dos hojas más,
{a su follaje negro.
* * *
No eran jardines, no eran atmósferas delirantes. Tú te acuerdas
de esa tierra protegida por una ala perpetua de palomas.
Tantas, tantas mujeres bellas, fuertes, no, no eran
brisas visibles, no eran aromas palpables, la luz que venía
con tan cambiantes trajes, entre linos, entre rosas
{ardientes.
¿Era tu dulce tierra cantando, tu carne milagrosa,
{tu sangre?
* * *
Todos los cedros callan, todos los robles callan.
Y junto al árbol rojo donde el cielo se posa,
hay un caballo negro con soles en las ancas,
y en cuyo ojo vivo habita una centella.
Hay un caballo, el mío, y oigo una voz que dice:
"Es el potro más bello en tierras de tu padre"
* * *
En el umbral gastado persiste un viento fiel,
repitiendo una sílaba que brilla por instantes.
Una hoja fina aún lleva su delgada frescura
de un extremo a otro extremo del año.
"Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida".
V
He escrito un viento, un soplo vivo
del viento entre fragancias, entre hierbas
mágicas; he narrado
el viento; sólo un poco de viento.
Noche, sombra hasta el fin, entre las secas
ramas, entre follajes, nidos rotos entre años
rebrillaban las lunas de cáscara de huevo,
las grandes lunas llenas de silencio y de espanto.
I
En las noches mestizas que subían de la hierba,
jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes,
estremecían la tierra con su casco de bronce.
Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro.
Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo.
La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles.
(Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas,
sepultadas dentro de árboles gemían aún en la espesura).
Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos.
Una vaca sola, llena de grandes manchas,
revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga,
es como el pájaro toche en la rama, "llamita",
{"manzana de miel".
El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla.
Pero ya en la represa, salta la bella fuerza,
con majestad de vacada que rebasa los pastales.
Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.
El viento viene, viene vestido de follajes,
y se detiene y duda ante las puertas grandes,
abiertas a las salas, a los patios, las trojes.
Y se duerme en el viejo portal donde el silencio
es un maduro gajo de fragantes nostalgias.
Al mediodía la luz fluye de esa naranja,
en el centro del patio que barrieron los criados.
(El más viejo de ellos en el suelo sentado,
su sueño mosca zumbante sobre su frente lenta).
No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño
se enredaba a la pulpa de mis encantamientos.
Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo,
al sur el curvo viento trae franjas de aroma.
(Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos
de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos).
II
Y aquí principia, en este torso de árbol,
en este umbral pulido por tantos pasos muertos,
la casa grande entre sus frescos ramos.
En sus rincones ángeles de sombra y de secreto.
En esas cámaras yo vi la faz de la luz pura.
Pero cuando las sombras las poblaban de musgos,
allí, mimosa y cauta, ponía entre mis manos,
sus lunas más hermosas la noche de las fábulas.
* * *
Entre años, entre árboles, circuída
por un vuelo de pájaros, guirnalda cuidadosa,
casa grande, blanco muro, piedra y ricas maderas,
a la orilla de este verde tumbo, de este oleaje poderoso.
En el umbral de roble demoraba,
hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,
el alto grupo de hombres entre sombras oblicuas,
demoraba entre el humo lento alumbrado de
{remembranzas:
Oh voces manchadas del tenaz paisaje, llenas
del ruido de tan hermosos caballos que galopan bajo
{asombrosas ramas.
Yo subí a las montañas, también hechas de sueños,
yo ascendí, yo subí a las montañas donde un grito
persiste entre las alas de palomas salvajes.
* * *
Te hablo de días circuídos por los más finos árboles:
te hablo de las vastas noches alumbradas
por una estrella de menta que enciende toda sangre:
te hablo de la sangre que canta como una gota solitaria
que cae eternamente en la sombra, encendida:
te hablo de un bosque extasiado que existe
sólo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa
violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas.
Te hablo también: entre maderas, entre resinas,
entre millares de hojas inquietas, de una sola
hoja:
pequeña mancha verde, de lozanía, de gracia,
hoja sola en que vibran los vientos que corrieron
por los bellos países donde el verde es de todos los colores,
los vientos que cantaron por los países de Colombia.
Te hablo de noches dulces, junto a los manantiales,
{junto a cielos,
que tiemblan temerosos entre alas azules:
te hablo de una voz que me es brisa constante,
en mi canción moviendo toda palabra mía,
como ese aliento que toda hoja mueve en el sur,
{tan dulcemente,
toda hoja, noche y día, suavemente en el sur.
III
En el umbral de roble demoraba,
hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,
un viento ya sin fuerza, un viento remansado
que repetía una yerba antigua, hasta el cansancio.
Y yo volvía, volvía por los largos recintos
que tardara quince años en recorrer, volvía.
Y hacia la mitad de mi canto me detuve temblando,
temblando temeroso, con un pie en una cámara
hechizada, y el otro a la orilla del valle
donde hierve la noche estrellada, la noche
que arde vorazmente en una llama tácita.
Y a la mitad del camino de mi canto temblando
me detuve, y no tiembla entre sus alas rotas,
con tanta angustia un ave que agoniza, cual pudo,
mi corazón luchando entre cielos voraces.
IV
Duerme ahora en la cámara de la lanza rota en las
{batallas.
Manos de cera vuelan sobre tu frente donde murmuran
las abejas doradas de la fiebre, duerme, duerme.
El río sube por los arbustos, por las lianas, se acerca,
y su voz es tan vasta y su voz es tan llena.
Y le dices, le dices: ¿Eres mi padre? Llenas el mundo
de tu aliento saludable, llenas la atmósfera.
Yo soy tan sólo el río de los mantos suntuosos.
Duerme quince años fulgentes, la noche ya ha cosido
suavemente tus párpados, como dos hojas más,
{a su follaje negro.
* * *
No eran jardines, no eran atmósferas delirantes. Tú te acuerdas
de esa tierra protegida por una ala perpetua de palomas.
Tantas, tantas mujeres bellas, fuertes, no, no eran
brisas visibles, no eran aromas palpables, la luz que venía
con tan cambiantes trajes, entre linos, entre rosas
{ardientes.
¿Era tu dulce tierra cantando, tu carne milagrosa,
{tu sangre?
* * *
Todos los cedros callan, todos los robles callan.
Y junto al árbol rojo donde el cielo se posa,
hay un caballo negro con soles en las ancas,
y en cuyo ojo vivo habita una centella.
Hay un caballo, el mío, y oigo una voz que dice:
"Es el potro más bello en tierras de tu padre"
* * *
En el umbral gastado persiste un viento fiel,
repitiendo una sílaba que brilla por instantes.
Una hoja fina aún lleva su delgada frescura
de un extremo a otro extremo del año.
"Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida".
V
He escrito un viento, un soplo vivo
del viento entre fragancias, entre hierbas
mágicas; he narrado
el viento; sólo un poco de viento.
Noche, sombra hasta el fin, entre las secas
ramas, entre follajes, nidos rotos entre años
rebrillaban las lunas de cáscara de huevo,
las grandes lunas llenas de silencio y de espanto.
Over the Moon, Rob Gonsalves.
Hablar de la Morada al Sur de Aurelio Arturo es entrar en el terreno de
la nostalgia y redescubrir en él la sutiliza de la poesía. Este poeta, abogado
y magistrado colombiano nacido en La Unión, Nariño, en el año de 1906, es a
menudo considerado como uno de los mejores poetas colombianos del siglo XX a
pesar de haber dejado atrás una obra relativamente corta. Si han llegado hasta
este punto leyendo el poema que precede a esta introducción, ya deben de
haberse hecho una idea del porqué.
En esta ocasión no vengo a presentarles la biografía ni la obra de este poeta
coterráneo. Para ello no me queda más que recomendarles el maravilloso ensayo con
que William Ospina ha honrado su memoria en su obra “Por los países de Colombia”
(libro que llegó a mis manos gracias a mi señor padre y a sus siempre acertadas
recomendaciones). No, en esta ocasión quiero que nos centremos en esos versos
mágicos de la morada al sur de Aurelio que no nos hablan de otra cosa más que
de las memorias del niño enterradas en el corazón del hombre, de ese afán de
volver a revivir recuerdos de una niñez transcurrida en una casa al sur de
Colombia. Una casa nariñense que conoceremos a través de los velos de la
nostalgia en un poema autobiográfico.
En las
noches mestizas que subían de la hierba,
jóvenes
caballos, sombras curvas, brillantes,
estremecían
la tierra con su casco de bronce.
Negras
estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro.
Un solo verso nos habla mucho de lo que encontraremos en adelante y de
ese don de Aurelio de plasmar con humildad y simplicidad la grandeza y la
belleza de los pequeños detalles. A lo largo del poema, y esto es algo que
William Ospina recalca en su ensaño, veremos esa técnica de hacer que lo
grande, lo basto, dependa de lo pequeño, y de esta manera, que lo pequeño se
eleve y se ubique en el mismo plano que lo infinito. “Jóvenes caballos
estremecían la tierra con su casco de bronce”, “Después, de entre grandes
hojas, salía lento el mundo”, “Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura”,
son algunos ejemplos de esa sensibilidad que se centra en el detalle y
construye sobre su pequeñez al mundo.
Con Aurelio las palabras están medidas y no hay nada que se haga
innecesario o superfluo. Cada sílaba se junta para formar una frase como sacada
del ensueño. Y es que para transmitir ese sentimiento tan humano de añoranza,
hace falta de esa sensibilidad de la que tanto vengo hablando y de la que
carecen tantos poetas. Aquí no se trata de la grandeza de los actos y los
sentimientos de hombres apasionados, se trata de percibir la majestuosidad de
un pedacito del mundo mirado a través de los ojos del joven Aurelio en sus
primeros años de vida. Se trata de encontrarnos con construcciones de la índole
de “Una hoja fina aún lleva su delgada frescura de un extremo a otro extremo
del año”, darnos cuenta que se refiere a la ausencia de estaciones en Colombia
y sorprendernos extasiados ante la belleza de un acto tan aparentemente simple.
No todo era rudeza, un áureo hilo de
ensueño
se enredaba a la pulpa de mis
encantamientos.
Verso tras
verso nos vamos imaginando un paisaje. Una antigua casa campestre, grande y
luminosa, de muro, piedra y madera, en donde el viento y los criados se pasean
a sus anchas. Circuida al norte por el bosque, abierta al sur a la campiña,
coronada por el vuelo de las aves y cobijada por el basto tejido de la noche.
De repente somos transportados a esa casa, recorremos con timidez sus salones y
respiramos los aromas que se insinúan en sus pasillos, asomamos la cabeza por
la ventana y dejamos que nuestros ojos se posen con delicadeza sobre el paisaje,
luego nos arrullamos sobre los mulos de la nodriza, mientras el sueño nos
alarga los cabellos. Vivimos en un instante lo correspondiente a un puñado de
años de vida de un hombre que soñó y que intentó, con las más finas de sus
artes, plasmar para siempre aquel sentimiento que lo ató continuamente a sus
orígenes.
Pero no todo
es magia. De repente el sueño llega a su fin. Nos despertamos y nos damos
cuenta de que el tiempo ha pasado y nos ha dejado rememorando épocas en las que
se construían ilusiones como castillos hacia el cielo. Morada al Sur tiene un
final amargo. Un final que nos recuerda lo efímero de los recuerdos “he narrado
el viento; sólo un poco de viento” y el vacío en el que caen nuestras vidas
cuando perdemos la habilidad infantil de sorprendernos ante los pequeños
detalles de nuestra existencia.
Noche, sombra hasta el fin, entre las
secas
ramas, entre follajes, nidos rotos entre años
rebrillaban las lunas de cáscara de
huevo,
las grandes lunas llenas de silencio y
de espanto.
Si tuviese que
elegir mi verso favorito tendría que volver a copiar todo el poema. Esto que
les presento aquí es solo un poco de mi interpretación y de mi sentir frente a
la obra. Es una experiencia personal lo que les propongo al sugerirles que lean
Morada al Sur con calma y no una, sino dos o tres veces, y se que dejen llevar por
los sentimientos que transmite. Una vez lo hayan hecho, anímense a dejar un
comentario con su apreciación sobre el poema. Ninguno aquí es crítico ni
escritor profesional, como mucho disfrutamos de la buena escritura y queremos
compartirla, así que nada de temores a la hora de escribir un comentario.
Por lo
pronto, los dejo con mi poema Petición,
el cual fue presentado por primera vez en el blog de mi tío “Contrastes” (el enlace al blog lo dejo
por Aquí), como parte de uno de sus homenajes a la poesía familiar. La canción
es una de mis favoritas de la banda finlandesa Nightwish, cuya letra, si se permiten un momento para leerla y
entenderla, complementa el tema que venimos tratando a propósito del poema de
Aurelio a la perfección.
Petición
Silencio
- un instante tan memorable
que se vista de eternidad ante tus ojos –
Tus ojos
- portales blancos en donde el amanecer
se bebe todas nuestras sombras –
Paciencia
- la capacidad de alejarse de todo
sin perder la pertenencia –
Tus manos
- arquitectas del destino por las cuales
todo puede recrearse –
Déjame presentarte el sonido único del devenir,
cuyo susurro anciano pasa más inadvertido
que el de las horas.
Déjame enseñarte a beber de ese flujo
que sin notarlo nos ha cavado
en las palmas estos surcos
por los cuales lees mi mañana.
Hoy tengo el cuerpo engalanado
por tejidos de esa fábrica que
recubre el firmamento,
pero tengo el alma limpia
y la presento bien desnuda
pues sólo con este conocimiento
piensa engalanarla.
Levanta pues la palma de tu mano
y observa cómo con ella se eleva mi mundo entero.
Sin derrumbarte, sin dejarla vacilar
ubícame al nivel de las esferas allá
en los confines mismos del universo.
Como un Atlas o un aciago Prometeo,
permite que agobie tus hombros amplios
con el peso muerto de mis esperanzas y mis sueños.
Sólo en el otro podremos reinventarnos,
trascender de nuestra humanidad
y ubicarnos allí mismo en donde
las olas de unos mares infinitos
revientan contra nuestras frentes
como potros alocados.
Silencio
- Orión brilla orgulloso está noche
sobre nuestras cabezas -
_______________________________
Estefanía Figueroa Buitrago
Phenomenon of Floating, Rob Gonsalves.
"The days were brighter
gardens more blooming
the nights had more hope
in their silence[...]
Cherish the moment
tower the skies
don't let the dreamer
fade to grey like grass."
- Away, Nightwish.
Nos vemos en
la próxima entrada. Por cierto, si les interesaron las pinturas que compartí
por estos lados, les recomiendo la entrada “Descubrimientos”
en el blog de mi hermana, la cual trata sobre este increíble pintor (click Aquí).
Una feliz
semana para todos.