Cuando la santidad se recrea en el pecado y la maldad en lo sublime.
Immaculate, Miles Aldridge.
Ya saben que el arte religioso clásico es uno de mis favoritos. Ya sea
pintura, escultura, o cualquier otra representación artística, siempre termino
absorta contemplándolo y descubro una y otra vez que verdaderamente lo
disfruto. Sin embargo, admito y soy consciente de lo poco flexible que es, por
lo que a cualquier otra persona podría llegar a parecerle “más de lo mismo”, o
dicho de otra manera, una representación terriblemente encasillada sin
recovecos para permitir la experimentación. La iglesia siempre ha gustado de
jugar un rol absoluto y de sustentarse en dogmas o verdades absolutas. Así, la
santidad está definida dentro de unos cánones de los cuales no es considerado
correcto salirse. El bien, los ángeles, los santos, las representaciones de
Dios, de su hijo, de la madre de este y de la sagrada familia, siempre cumplen
con unas pautas bien definidas y de las que todos podemos dar testimonio. Aún
con formas humanas, las figuras en las representaciones son lejanas a la
humanidad. Rostros hermosos sumidos en una contemplación meditabunda que
resalta su juventud y su beldad, cuerpos gráciles cubiertos vaporosamente por
túnicas, gestos finos y delicados pero valerosos, amplias frentes coronadas por
la luz de las aureolas, nada mundano, todo perfecto, limpio e inmaculado. Esta
es la figura idealizada de la divinidad y la santidad, algo por cuya obtención
los humanos, siendo impuros de espíritu por naturaleza, deben consagrar sus
facultades más elevadas. Y en contraste, como para mostrar lo que le sucede a
aquellos que se dejan seducir por propósitos más humanos y espiritualmente más
degradantes, se presentan aquellas imágenes del mal que rayan en lo dantesco,
en donde solo hay lugar para la degeneración, el sufrimiento y la fealdad. Al
lado (o mejor dicho, debajo) de la gloriosa figura del arcángel miguel, con su
fiera espada, su traje de batalla, sus rizos dorados al aire y su expresión de
cumplimiento del deber, está la figura del más ilustre enemigo de la
cristiandad: el diablo, un tipo de piel oscura, desnudo y poco agraciado que
mira rabioso, frustrado e impotente a su verdugo.
¿Pero qué sucede cuando alguien, digamos un artista excepcional, rompe el
canon y se atreve a ir un poco más allá y a “rebajar” la divinidad a un plano
más humano o a elevar el mal a una esfera más divina? Dependiendo de su
ejecución, el intento puede convertirse en una verdadera obra de arte o una
propuesta realmente interesante capaz de desarmar incluso a aquellos acérrimos
defensores y jueces de lo que es bueno y lo que no lo es.
Para esta ocasión traigo unos cuantos ejemplos de los dos escenarios, uno
más contemporáneo que el otro, que despertaron mi admiración precisamente por
salirse de lo definido y jugar con nuevas concepciones del bien y del mal. En
primer lugar se encuentra la serie de fotografías titulada Immaculate (inmaculada) a cargo del fotógrafo británico Miles Aldridge.
Aldridge es un fotógrafo de modas y ha crecido cerca de la celebridad. Su
fotografía se distingue por presentar escenas de color explosivo y alucinante,
que captan la atención del observador en un instante y tienen mucho del estilo pin-up. Sus heroínas son siempre mujeres
sumergidas en escenarios de la vida cotidiana o en un entorno social, cuyos
hermosos rasgos rayan en una perfección de muñeca. El momento capturado por la
cámara siempre es el instante más dicente, una suerte de composición de cuento
de hadas que es capaz de recrear una escena entera con un solo frame. La
sensualidad, la feminidad y el erotismo son factores claves en la obra de
Aldridge y sus mujeres están hechas para brillar. No obstante, no todo es
glamour, o eso no haría al trabajo del fotógrafo diferente de las miles de
propuestas fotográficas que se exponen por montones en las revistas de modas.
No, lejos de expresar la gloria de la vanidad, estas pintorescas capturas esconden
en sus abundantes detalles un diabillo que acecha, disfrazando de sueño
colorido a la pesadilla. “Algo no está bien” es una de las primeras cosas que
se nos pasan por la cabeza cuando contemplamos las series de Miles, y ese
“algo” puede ser cualquier cosa: una expresión, una insinuación, un objeto o
incluso algo más abstracto. Sea lo que sea, las imágenes glamurosas terminan
siendo una crítica al glamour y a la perfección que se espera de las mujeres,
al trato machista que se les prodiga, al encasillamiento en los roles que para
ellas se han definido, a los estándares cuya realización es el objeto principal
con el que son inculcadas, a la vanidad y al materialismo que vacían sus almas
convirtiéndolas en objetos de contemplación para una sociedad que solo se cuida
por las apariencias.
Inmaculada es una serie que explota la imagen divina a la cual deben aspirar las mujeres, impuesta por la misma iglesia, pero puesta en un plano completamente diferente. Muy posiblemente inspirado por el Éxtasis de Santa Teresa, del escultor y pintor del barroco Gian Lorenzo Bernini (en donde la santa, que se encuentra en un estado de éxtasis debido al don místico de la transverberación, bien parece que estuviera teniendo un orgasmo), Miles nos presenta a una virgen María muy salida del canon. Recuerdo la primera vez que la vi. Me encontraba en un viaje de esparcimiento en Ámsterdam, capital de los países bajos, cuando vi la fotografía de la virgen con el manto azul (la cual les comparto un poco más abajo en esta entrada) en la estación central de trenes. Entonces me llamó muchísimo la atención, aunque en su momento creí que era alguna fotografía bizarra de algún diseñador que iba a presentar un desfile y, en parte por los afanes del viaje, no le conferí mayor importancia (de lo cual me arrepiento profundamente, porque me tomó más de dos años encontrar la serie y conocer a su autor). Lo que sí recuerdo claramente es el comentario de una de las compañeras que me acompañaban en ese entonces y que también reparó en la fotografía: “esa vieja está en las drogas”.
Y tenía razón. Entre las impresiones que despierta la virgen María de Aldridge puede contarse que está drogada, que está teniendo un orgasmo, que no puede respirar del dolor debido a una pena o que acaba de morir ahogada en un estanque y ha regresado como un espectro de entre los muertos. La piel enfermizamente pálida, los ojos enrojecidos y pesados como de quien padece una fiebre, el cabello húmedo, la expresión de quien se desvanece, así lo insinúan. Sabemos que es la virgen porque, más allá del título de la obra, los elementos clásicos como la túnica, la aureola y el manto así lo constatan, pero también coincidimos en que de inmaculada poco tiene, a pesar de la apariencia irreal de la modelo.
Aldridge ha sabido cómo jugar con expresiones y sensaciones de lo más humanas y combinarlas, por medio de una composición visual fundamentada en los detalles, con toques divinos, que resaltan la belleza no por su perfección, sino por su juego mortal con el placer y el dolor.
El trabajo de este fotógrafo me parece altamente interesante y les recomiendo que se den la oportunidad de apreciar otros exponentes de él, como lo es una de sus últimas series titulada “I Only Want You to Love Me” (sólo quiero que me ames), la cual es, bajo mi humilde opinión, una muestra representativa de lo que su arte es. Como lugar de partida considero que su página oficial es un buen punto. La pueden visitar en la siguiente dirección:
Immaculate, Miles Aldridge.
Hasta allí respecto al punto de la divinidad humanizada. Ahora vamos al
otro. En 1837 el artista belga Guillaume Geefs fue comisionado por la
administración de la catedral de San Pablo en Lièje, Bélgica, para diseñar el
elaborado púlpito de la misma. El tema era “el triunfo de la religión sobre el
genio del mal”, por lo que por un lado del púlpito debían de haber estatuas
representando a los santos Pedro, Pablo, Hubert (obispo de Lièje) y Lambert de
Maastricht, y por el otro, cerca de la base de las escaleras, una escultura de la
imagen por excelencia de la traición y del mal para la religión católica: el
ángel caído. Sin embargo, fue el hermano menor de Guillaume, Joseph Geefs, quien
ganó la comisión para representar al señor del mal. La escultura, titulada L’ange du Mal (el ángel del mal), fue
completada en 1842 e instalada en 1843.
Grande y no muy agradable fue la sorpresa de los clérigos al descubrir
que el rey de los caídos, Satanás, símbolo de lo profano, malvado y poco
virtuoso, no causaba miedo o repulsión, como era la idea original (aquella de
exaltar a los santos a un lado del púlpito aún más por el hecho de que al otro
se encontraba un ser castigado por haberse desviado del camino del bien), sino
más bien admiración. Y es que Joseph, siguiendo esa tendencia del romanticismo
de ver en Lucifer a un héroe trágico al puro estilo de Prometeo, presenta a un jovencito
hermoso y melancólico, enmarcado por unas alas de quiróptero y con una
serpiente a sus pies (los únicos elementos satánicos del cuadro entero) que,
lejos de generar rechazo, enmarcan la fragilidad de un cuerpo muy humano. “Este
diablo es demasiado sublime”, declaró la administración de la catedral. “El
trabajo está distrayendo a las bonitas señoritas penitentes que deberían estar
escuchando el sermón”, insinuó la prensa local. Y es que, tal y como es costumbre
en las esculturas de Joseph, el trabajo llama la atención por su perfección de
acabado y la gracia, elegancia y poesía de sus líneas. De “Adonis alado” a “diablo
enfermizo”, “lánguido y gentil”, las críticas, tanto positivas como negativas,
no se hicieron esperar, centrando todas las miradas en el ángel del mal.
L'ange du Mal, Joseph Geefs, 1842.
El agregado de todos estos factores llevó a que finalmente la escultura
fuera retirada por orden del obispo van Bommel y que la comisión fuera pasada
al hermano mayor de Joseph, Guillaume Geefs, cuyo trabajo Le Génie du Mal (el genio del mal), también conocido informalmente
como El Lucifer de Liège, fue
instalado permanentemente en 1848. Guillaume intentó cubrir los flancos por los
cuales habían atacado a la obra de su hermano, sin salirse completamente, sin
embargo, de esa línea romántica.El Lucifer de Guillaume es mucho más masculino, muestra menos carne que el de Joseph y presenta una posición menos sensual, además de más elementos y símbolos satánicos, de manera que el conjunto pierde ligeramente la humanidad. La expresión del ángel cambia de una de serena fiereza (en la obra de Joseph) a una de dolor y desesperación, revelada por un rostro compungido y por una única lágrima que brota del ojo izquierdo de la estatua. El brazo derecho de la misma guía nuestra atención hacia los diminutos cuernos que se insinúan en su cabeza, las alas de quiróptero se conservan, mientras que otros detalles como los grilletes alrededor de su pierna derecha y muñeca izquierda, la fruta prohibida mordida, las diminutas garras en las uñas de los dedos de sus pies, el cetro quebrado con una estrella en su punta y la corona desgastada en su mano (que lo definen como el ex lucero de la madrugada), son adicionados para reforzar la iconografía católica y representar el verdadero castigo, padecimiento y esclavitud del antagonista de Dios. El trabajo, sin embargo, no deja con esto de tener una belleza y un atractivo que crean en el observador una cierta simpatía con la víctima de todo ese sufrimiento.
Le Génie du Mal, Guillaume Geefs, 1848.
Todas estas obras, tanto las de Aldridge como la de los hermanos Geefs,
exploran nuevas dimensiones de los preceptos establecidos, en este caso por la
religión, y presentan, de una manera muy profesional y artísticamente muy
atractiva, la otra cara de la moneda. Tal vez sea por ello que obras como estas
llaman la atención, pues como humanos, sentimos afinidad por las cosas que se
acercan a nuestra naturaleza. Y aunque esa atención, esa simpatía, pueda venir
oculta por el rechazo y la indignación, quedará grabada en nuestros
pensamientos, llevándonos a descubrir que nos cuesta dejar de pensar y volver
una y otra vez sobre aquello que, por reglas preestablecidas, se sale de
nuestros cánones.
Paso a compartirles mi poema Arcano
y una canción del proyecto Luciferian
Light Orchestra titulada Dante and
Diabaulus.
Arcano
Nunca me ofrendaste con ninguna de tus gracias
y nunca tuve la entereza de pedirte que lo hicieras.
Asistí a tus ceremoniales
y vestí la túnica de Neptuno,
mientras mis manos acariciaban
los bordes inconclusos de las estrellas.
Dancé al ritmo de tus reverberaciones
y crecí dentro de los límites de lo imposible,
pero nunca probé el vino que se asentaba
en la profundidad sobria de tu copa de plata.
¿Qué palabras podrían alivianar tu espíritu?
¿Qué guerra o qué victoria podrán apaciguarte?
No basta con caer y con forjar una corona con la sangre en
tus rodillas.
No basta con sufrir nuestros placeres,
ni con sentir que con cada paso dado
el destino nos conjuga una nueva prueba.
Tu celador jamás se mostrará más implacable.
Pero es ahora, en este instante de silencio
tergiversado por el fuego mudo de tus ojos,
cuando dominas el honor de mostrarte como eres.
Cuando alivianas la palma y rediseñas
cada una de las líneas de tu mano.
Parado sobre tus ambiciones y levantando
el peso de tus autoproclamados designios
aprendiste a trascender de lo mortal y lo divino.
Eres de Dios el arcano más oscuro.
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Estefanía Figueroa Buitrago
Muchas gracias por leer. Espero sus comentarios. Si tienen ideas sobre alguna entrada o algún tema que les gustaría discutir, estoy abierta a sugerencias.
PD: ¿Soy yo o estas entradas están cada vez más largas? ¡Prometo
controlarme para la próxima! :p.